Comentario
La España céltica más representativa y mejor conocida es la coincidente con el fenómeno urbano de los castros. Quizás estas regiones peninsulares sean las que incluyen los griegos en este término tan genérico de Keltiké, al reconocer en ellas una lengua indoeuropea distinta de la suya o del latín. Su relación con los celtas, por tanto, ha de entenderse en el sentido en que éstos han dejado de ser un único pueblo para hoy identificarse con una serie de grupos radicados en gran parte de toda la geografía occidental de Europa, a quienes unen ciertos rasgos de cultura material, incluso aspectos sociales y lingüísticos, pero siempre superpuestos a un sustrato local anterior de gran peso. En función de todo ello, será posible hablar de grupos culturales con personalidad propia, pero con un lógico parentesco, entre los que se encontrarían nuestros celtíberos.
En un trabajo reciente Tovar puntualiza aún más las referencias a los celtas de la Península Ibérica utilizando las fuentes escritas y la lingüística, encontrando su rastro ya en las tierras del interior (berones y celtíberos, según Estrabón), ya en el sur de Portugal, de Badajoz y algunas comarcas del norte andaluz, ya en Galicia. En todas ellas ubica grupos célticos.
Pero, no obstante, abundemos aún más en el sentido que damos a lo celtibérico para dejar claro el ámbito espacial al que se remiten las manifestaciones artísticas aquí recopiladas. Es común en la actualidad pensar en la celtiberización como en un proceso de aculturación de estos espacios interiores desde el mundo ibérico. Así, algunos elementos reconocidos de la cultura ibérica se insertan en el bagaje denominado céltico de estas gentes, tendiendo a homogeneizar sus rasgos. De este modo, al fuerte arraigo de la tradición autóctona consolidada en los primeros momentos de la II Edad del Hierro hay que unir el peso de lo ibérico, diferente según las áreas geográficas. Partiendo de ambas corrientes se reelabora un fenómeno cultural nuevo, con personalidad propia, diferenciable y a la vez reconocible en los anteriores, en el que incluso cabe atisbar alguna diversidad regional. El proceso comienza en la Meseta sur desde los siglos V-IV a. C., y se generaliza ante el empuje del Valle del Ebro al resto de la Meseta norte, salvo áreas muy occidentales, en el siglo III a. C., llegando hasta la conquista y romanización. Aun entonces ciertos caracteres de lo celtibérico, como por ejemplo las cerámicas, las estelas o algunas piezas de bronce, siguen manifestándose con fuerza.
Sin embargo, aún pesa sobre este planteamiento la visión estricta que de la Celtiberia tienen las fuentes, en especial Ptolomeo, señalando únicamente como celtíberos, desde el plano de las etnias, a los arévacos, bellos, titos y lusones, y una quinta no citada en los textos, tal vez los vacceos. El solar se restringiría con precisión sólo al valle medio del Ebro, el borde oriental de la Meseta Norte y las cabeceras de Tajo/Jalón. Pero a nuestro modo de ver también fuera de este propio marco geográfico se reconoce sin problemas lo celtibérico en buena parte de las tierras de las mesetas. Estos mismos autores clásicos, en especial aquellos que tienen una referencia más precisa durante las guerras celtibéricas (Apiano, Tito Livio, Polibio...), nos aportan un conocimiento mayor de estos pueblos, y nos acercan al fenómeno cultural que representan en el momento en que los celtíberos entran en contacto con los romanos, aunque siempre de la mano de una visión bien particular.